En el final de los tiempos

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Lugar: Buenos Aires, Argentina

Historiadora. Ensayista. Periodista. Docente. Directora de las Revistas: "Galaxia Porteña" y "Opus Tango". - Miembro fundador de la "Peña de Historia del Sur”, de “GABA Historia y cultura" Presidenta de "Opus Tango, Cultura y Urbanismo". AUTORA DE LOS LIBROS: *"Influencias recíprocas, Estados Unidos-Argentina"; * "Estados Unidos y el Proyecto educativo de Sarmiento"; * "Cartas de Manuelita"; * "El año 36 en Boedo"; * "Boedo, Cultura y Sociedad"; * "Amor y desesperanza. Análisis de “los Textos eróticos del Río de la Plata” de Lehmann Nitsche"; * "Colletorto – Chivilcoy, éxodo y reconstrucción"; * "Porteñadas y lunfardías"

domingo, septiembre 16, 2012

Tarde de lluvia


Seguí con lo que hacía como si nada.
Me recliné sobre la pila de diarios antiguos, mientras los ojeaba el polvillo acumulado se embarraba en el aire espeso. Había estado lloviendo mansamente todo el día.
Repitió la pregunta, fui hasta la ventana abierta, los autos tapizaban la avenida.
-Dejó de llover- dije.
Se enfureció, apretó los puños y me odió.
Recogí unos papeles desparramados por el piso.
Exigió respuesta. La callé.
Su paciencia se colmó, acercándose al escritorio dio un golpe y se marchó.
Vi como la carta saltaba al alfeizar para precipitarse al vacío. Aunque me acerqué a la ventana a rescatarla fue inútil. Planeaba entre las estelas de aire caliente.
Ya casi llegaba a tierra cuando lo vi a él. Fue inmediato, el papel perdió gracia sobre las baldosas y su pie lo hundió en un charco.
Siguió su camino.
Era la última carta de amor.

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Comienzos


No le gustaban las manzanas y estaba tan aburrida...
La inacción le volvía muy lenta esa fracción del tiempo, que ella presentía como días.
Adan y Eva tan distraídos, el cielo en armonía...
Una noche soñó.
Nadie se explica como se filtraron imágenes no habidas en su
inconsciente escamoso.
Vio los rayos separar los cielos, vio los ríos derramarse, vio a los hombres abrazarse jadeantes.
Aunque detestaba esos frutos estúpidamente redondos, tuvo el valor de iniciar el comienzo de la vida.

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Preguntas

¿Si voy hasta el extremo del puente, llegará a mí la respuesta?

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Otros tiempos


Fue fácil en un tiempo saltar de barca en barca.
Cada una prometía un viaje por mares diferentes.
Yo era curiosa e inconstante,
me deslumbraba el azul de tentación de unos
o el verde de esperanza de otros.
Había océanos calmos y los había peligrosos,
esos solían ser mis preferidos.
Ahora no es tan fácil abordar otra nave.
Menos cuando las miro, extrañada, desde el muelle.
La navegación es actividad remota que se me ha hecho recuerdo para llenar de gracias mi futuro.

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Vengo de guardar mis papelitos

Vengo de guardar los papelitos,
servilletas de cafès que nunca más visitaré,
mailes con susurros de viento,
esas cartas profundas que te nacian
desde la fuente del amor constante.
Guardo, y guardo carbones y brasas
para un invierno largo, indecifrable.

Volveré quien sabe,
a revolotear tus tardes
y me resguardarás de tanto desalient0.
Hay lugar aún para tanto calor...
pero mis huesos están aprendiendo del frìo.

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Fotograbado: Karl Blossfeldt

No es en la vanidad de la metáfora, ni en la cursilería de la imagen, ni en la composición rítmica, ni en la elucubración narcisista, ni en palabra bonita.

No en el entretejido de historias, que nos libran de las nuestras.

Quiero encontrarte despojado y desnudo y que me recibas así, elementales.

Basta de rehuir la contundencia. Somos mortales y vamos perdiendo entre tantas fantasías, tacto y sabor, sonido, luz y sombra inmediata, por pura cobardía de enfrenarnos al aquí y al ahora.

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El le escribió que su vida sexual estaba inmovil.
"Algunas veces me imagino despertando entre esas piernas largas..."
No quedaba espacio para la imaginación, lo decía con todas las letras,
extrañaba más que sexo, ternura. Una mano distraída acariciando, una respiración muy muy cercana. Un amanecer verdaderamente juntos sin apuros, ni culpas, con alegría. Un beso en los labios.
Ella respondió:
Ay no sabés cuanto me gustaria volver a tener un orgasmo con llanto de ternura, lo que daría por un beso de amor.
Y se quedaron tan tranquilos. Habían llegado al punto de poder decirse todo sin comprometerse.

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Inconstancias


Dije que me iría a dormir pero no tengo sueño.
Dispongo de unos días de holganza.
Estoy necesitada de amparo.
El cable a tierra del abrazo que aísla de todas las pesadillas.
Podría ser el momento de generar viejos reencuentros,
de regresar a hogueras que no se han apagado y a las que volví la espalda.
Pero sería por el contacto de la piel que resucita unos instantes,
por la certidumbre de lo bien ganado en tiempos de proezas.
No por las ganas de permanecer con burbujas subiendo y bajando,
ni por aceleraciones que me pongan al borde del grito.
Cuando se apagó el amor me quedé así, tan tranquila,
como si nada pasara,
cuando estaban albortando los siete mares por debajo de mi puente.
El amor no se recupera por mucho que neguemos.
Cuando volvió sobre sus pasos, lo miré como algo remoto,
como a ruinas ajenas.
Un día todo, todo, todo pasará y no me preguntaré si obré bien.

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Esperjos


Imágen: Miguel Avataneo

Debo ser vampiro, porque me miro y no veo.
Trato de pescarlos in fraganti y les dirijo inesperadas miradas oblicuas.
No hay caso. Tanteo el marco del espejo, puede que se hayan ocultado en el encolado.
Eran tan divertidos, bromeaban, hacían ruido y cosquilleaban.
No están allí.
En el fondo de plata hay una sombra haciéndome burla.
Le saco la lengua, la rutina habrá puesto a dormir a mis deseos, pero conmigo no podrá la muy siniestra.

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Gotas de limón en mis pezones
y tu boca con hambre,
desayunándome.

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En La Cárcova


Patio trasero del museo.

Habían limpiado de trastos la escuela superior de arte.
A ella la abandonaron en el jardín, junto a carretillas y palas.
Sospecho que su exilio se debió a no ser suficientemente hermosa.
En ese rincón que nadie visitaba, fue, junto al árbol compañero, que descubrió su destino de druidesa.

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Hoy te eché de menos por fortuita causa, te me quedaste aleteando en las manos vacías.

Se me llenaron los oídos de palabras perdidas, pero el corazón se me resignó, domesticado…

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Los que aman creen saberlo todo del otro, simplemente porque transitaron de a dos el tiempo de inventar el lenguaje propio a sus ritmos.
Después de un devenir pausado de estaciones y logros, comprenden que nada es aprensible, que nadie es predecible, aunque su piel pueda describirse de memoria.
Como Los amantes de Magritte, todos somos a la postre individualidades incognoscibles.

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Me habituaste a caminar sobre el filo de la resistencia.
Me asusta caer,
pero más me aterra que merme la adrenalina.

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Despertar con pereza después de una noche larguísima,
oyendo como ajenas, sonoridades que aún rondan la piel.
Vos durmiendo, indiferente al sol del prematuro verano.
Un rayo lancea las sábanas, te atraviesa por el ombligo,
se extiende sobre la cama.
Iré a tenderme a tu lado,
para que me engarce a vos en la oportunidad
de un comienzo de semana.

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Ajedrez del amor


Todo pasa por saber si continúo queriéndote.
En los días mansos, me dejo llevar por la esperanza y que hemos retomado la continuidad de las horas buenas.
Cuando te gana el mal gesto, que es lo habitual, la distancia entre ambos, es un negro saco sin fondo. Yo no soy araña para trepar por paredes de arpillera.
El amor es un movimiento de ajedrez, y mientras se piensa como dar el jaque mate, vienen rostros y manos, a consolar la frialdad del pensamiento.

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Distracciones

Oleo: Janick Lederle

Dijo Sherazade al califa:
- Hubo dos noches, en que interrumpí mis relatos, rey. En esas noches te di a cada uno de tus hijos -

*

*

*
El rey estaba tan embelezado con las palabras de la hija de su visir, que no comprendió que ella se multiplicaba.
Suelen ocurrirle a las mujeres dispersarse en frutos.
Suele ocurrir que los hombres se distraigan.

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Sorpresa

Foto: Sofía Serra Giráldez

¿Qué culpa tengo?
Me acosté en cruz sobre las losas calientes del patio,
entre los jazmines y el limonero.

Me acosté en cruz para concentrarme en el uno,
e ir hacia las regiones profundas

donde ya no se piensa ni se siente.
Y, de pronto, por capricho de la primavera,
comenzó a caer sobre mi cuerpo

sobre mis palmas abiertas al cielo,
en mi boca entreabierta,
la menuda caricia de una lluvia tibia.

La dejé mojarme con conciencia
de como iba empapándome en deseos.

Esos que siempre sorprenden,
que una y otra vez se renuevan.

¿Qué culpa tengo?
Mis hechizos no comprometen a las nubes.

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Ti voglio tanto bene mamma!



La mamá de Patrizia solía contarme anécdotas de su niñez en Rimini, en tiempos de la posguerra.

Eran campesinos. Todas las mañanas al alba, el padre, los cinco hijos varones y 3 de las mujeres (incluída Anna, que era una niña pequeña), realizaban una larga marcha hasta el campo donde trabajaban.

La madre y la hija mayor se quedaban en la casa. Lavaban la ropa, fregaban los pisos, alimentaban las gallinas que habían sobrevivido, buscaban la leche, remendaban la poca ropa que había, hacían milagros porque eran épocas duras y ellos eran muy humildes.

La mujer se hacía cargo de la mayor parte de las tareas y de la cocina, tratando de alivianar las de la muchacha que bordaba el ajuar aunque no tenía novio.

Cada día preparaba la masa de cinco tipos diferentes de fideos, las extendía sobre la mesa y con sus manos endurecidas sobaba hasta sacar del engrudo vermicelli, fusilli, Ave Marie, maccheroni, bucatini. Lo hacía así para complacer el capricho de cada uno de sus hijos varones, que no coincidían en gustos.

Cuando regresaban de la faena, los hijos alzaban a la madre, la abrazaban, la cubrían de besos, ¡carissima mamma!

Anna, a pesar de su corta edad reflexionaba y preguntaba a sus hermanos:

- Si tanto quieren a mamá, porque no comen todos el mismo tipo de pasta y le dan la posibilidad de romperse menos la espalda.-

Para eso, ellos no tenían respuesta, la mamma era sagrada, pero los fideos eran los fideos…

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Escultura: Lorenzo Quinn

Dejá entrar al silencio por el vórtice del placer.
Después, sin ruidos, permanecer ingrávidos, olvidados, complacidos.

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Calor

Foto: pixeltigris.freeblog.hu


Hoy quisiera ser gota de rocio en la hoja.
Lluvia de verano.
La que se anima buscando una esperanza.
Estrella y luna.
Mota en el aire,
creo que nada más.

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Estar despierta


Puedo hacer creer que no escucho,
puedo hacer creer que no veo,
no comprendo, me he embotado.
Tranquilizo así tus aprensiones.


No es cierto, estoy alerta.
No por entregada voy vencida.
Mi luz interna es aún el faro que
te acercó a mi puerto.


Toma tus recaudos, porque
escucho, veo, siento, entiendo.
Estoy despierta a las cambiantes
provocaciones de la vida.

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Carta de Ariadna a Teseo


Mi estimado Teseo.

Soy Ariadna.

Aquella muchacha hija del rey de Creta, no sé si recuerdas, esa que te salvó de ser devorado por el minotauro y, a tu pueblo de pagar el tributo de donceles y doncellas. Aquella del talle fino y las piernas largas, la de las trenzas castañas que gustabas enredar entre tus dedos.
Esa que abandonaste a su suerte en las playas de Naxos, aprovechando que dormía, para huir con sigilo.

Te escribo, Teseo, porque es de amigos la gratitud y, en todos estos años, no pude expresarte mi reconocimiento a tu abandono.


Pero ahora, ante tanto comentario funesto sobre ti, ante ese estallido de risas en las tabernas llamándote antihéroe, me di cuenta de los años transcurridos.

Sé que estarás viejo rey de Atenas, que tus espaldas se curvarán, tu piel colgará flácida, tu cabello -si lo conservas- cano, tus deseos apagados y preparándote para cruzar las aguas del Estigia. Como comprenderás debía apresurarme.

Tantas calamidades se cuentan sobre ti... Dicen que no mataste al Minotauro. ¿Cómo es posible, si además del ovillo para que remontaras el laberinto, te di la espada mágica capaz de vencerlo.

Tanto me inquietan los rumores que consulté con las diosas, aunque podría haber encontrado las respuestas por mi misma. Podría, porque desde el momento aquél en que me abandonaste, me volví inmortal. Si me vieras, me reconocerías en el acto, Teseo. Nada he cambiado, mi piel aún es una magnolia.

A propósito ¿Cómo se encuentra Fedra, mi querida hermanita, esa que te arrancó de mi lecho para llevarte al suyo? Me han dicho que lleva la cabeza cubierta por paños negros, que algo la avergüenza. Y que no es sólo el haber enamorado a tu hijo Hipólito, sino algo relacionado con su madre. ¿Será es obra suya la muerte de Hipólita?

Vaya destino el tuyo Teseo... ¡ Qué penoso! Cuánto lo siento. Pudo ser sereno y armonioso... pero me abandonaste en Naxos.

Son las cosas de la Vida.

Hoy, bebiendo ambrosía de la copa de mi amado, me volvió el recuerdo de aquella mañana en que entró al puerto la embarcación de las velas negras, con su carga de atenienses reclamada para el sacrificio.


Te vimos bajar Fedra y yo; sobresalías entre todos. Tan guapo con tus muslos firmes, la espalda ancha, los pectorales de bronce y esa cabeza que parecía ornada de virtudes.

¡Cómo engañan las apariencias, Teseo!

Una sirvienta nos dijo que eras el hijo del rey de Atenas, llorábamos por tí, se acercaba el día en que entrarías al laberinto. No abandonabas mis pensamientos, ni de los de Fedra. ¡Mosquita muerta! Con razón no quiso permanecer en Creta aunque para ella no habría habido castigo. Y yo que me creí esa historia de que no abandonaría a su hermana mayor. ¡Hipócrita!

Para salvarte, compré al carcelero con el oro que adornaba mis trenzas y entregándote el ovillo y la espada te enseñé como usarlos.
En señal de gratitud tomaste mis manos.

- Tendrás que llevarme contigo, Teseo, porque la ayuda que te doy me condena a muerte. Los tuyos mataron a mi hermano, mi padre no perdonará esta traición.-

Juraste por los dioses, por el honor de tu padre y el resultado de tu empresa, que nunca me abandonarías.

Yo te creí, ¿Cómo no iba a hacerlo si tus ojos miraban a los míos y derramaban tiernas lágrimas? Después supe que el polen de las flores cretenses afectaba tu vista.

Me hiciste tuya en la noche de navegación. Te urgía conocerme, yo me entregué enamorada. Eran tan hermosos tus cabellos negros, tan apretado tu abrazo, tan resplandecientes tus palabras como azules los mares que atravesábamos.

Quedé rendida por los efectos del amor. Cuando nos detuvimos en Naxos, me recosté sobre la arena, apoyé la cabeza en mi brazo y me dormí profundamente.
Al despertar, tus naves estaban lejos, tan lejos que no oíste mis gritos.

Aún estaba en lo mejor de mi rabieta, cuando escuché una música deliciosa. Una procesión como jamás había visto avanzaba bulluciosa. Bellísimos jóvenes danzaban alrededor de un carro de oro, arrancando melodías maravillosas a los címbalos y las flautas. Las risas interrumpían la música y los danzantes hacían cabriolas.


Pero en el carro, ¡Ay… Teseo!, en ese carro viajaba el hombre más bello que ojos hayan visto. Y los suyos me descubrieron.

Descendió, se acercó a mí y, a pesar de mis párpados hinchados, de mi piel roja por la ira, acarició mi cabeza y exclamó que era más hermosa que Venus, pidió una copa de vino, y tendiéndomela me ofreció:

- Sé mi esposa, te volveré inmortal.-

No hay varón más perfecto que Dioniso. Amado como es por dioses y mortales nos rodea la alegría, la pasión y, los placeres.

Para evitarme la nostalgia, preparó un largísimo viaje por las ciudades de los hombres. Luego, ya instalados en la morada inmortal, nos dimos el uno al otro cuatro hijos, dignos de su cuna. Hemos sido tan felices, que en reconocimiento a nuestro amor, Dionisio, ha convertido la diadema que me obsequiara el día de nuestra boda en una constelación, que siempre recuerde nuestra unión.

Es por esto Teseo, deseaba agradecerte, que aquél día me abandonaras en Naxos.
Tuya


Ariadna

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Catatonías del amor

Imagen: Francine Van Hove

Comenzaba a amanecer...
Una ligera claridad vestía con fantasmas
las ventanas.
Sobre mi piel, dibujándose un mapa de fríos
contra la ardiente llamarada del enojo.
Montoncitos de sal se desprendían
de mis yemas.
Sinrazones del amor,
congojas,
engaños de los cuerpos distantes
que no aciertan a encontrarse.
Le había dicho: "querría acariciarte".
No había dicho:
"poner mi mano en tu pecho y sentir que estamos vivos".
Recordar, en fin, una caricia...


Como espumita del mar,
como el sol de la mañana,
con aroma de glicinas,
y suavidades de nanas...

Así quería acercarme y no podía.
Lo veía tan cerca y faltaba una palabra...
"Tengo el corazón de quince años",
"lo siento", respondió.
No supe más, me vencía el sueño...
Catatonías del amor,
¡ay... cuanto sueño...!

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-¿A dónde viviríamos? Me preguntaba él, que era hombre de fortuna, jugando con la idea de abandonarlo todo, para vivir un amor clandestino.

- Al borde del mar claro, en una playa con pinar.-

- ¿Sabes pescar?.-

- No. Pero vos cazarías ballenas.-

- ¡Nada menos!.-

- Nada menos.- Y nos reíamos como tontos. Porque el amor, al inicio tiene mucho de inocencia.

Con el pasar de las hojas, alguna vez lo repetimos y a un tiempo, a ambos, los ojos se nos llenaron de lágrimas.

La promesa se había amasado con nostalgia.

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Cosas de la luna

Momography´s photos


Iba tu boca recorriendo mi espalda, yo atenta a la inminencia de una dentellada, cuando de pronto vi a la luna poner botones de nácar sobre los lomos de los libros que se amontonan en la mesa de luz.
Quise estirar la mano para catar la suavidad de esa inesperada madreperla, pero la tuya, más rápida, retuvo mi brazo a lo largo de mi cuerpo.
Ajeno a las tentaciones de la luna, volviste a demorar tu juego, yo cerré los ojos para no perderme en el claroscuro de la noche, y concentrada me entregué a la llama viva de tu aliento.

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¿Dónde estás hora perdida ?
¿Donde tañen, hoy tus venturas?
¿Donde quedó mi cántaro
prometedor de novedades ?
Se nos ha ido el río
y el mar
quien sabe porque rumbo.

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Cerca del Nirvana

Oleo: R. Magritte


El hombre y la mujer, sentados uno al lado del otro en las gradas altas del parque, no se miran, no se rozan más que los hombros cuando se mueven. Y, fijándose bien casi no tienen otro movimiento que el de la respiración y los labios.
Estoy sentada muy cerca de ellos pero no me perciben. Me da cierto prurito mi puesto casual de observadora

- ¿Sabés?- dice él.- en estos momentos tengo una sensación muy especial y excitante una mezcla deliciosa de sexualidad intensa y de ternura finísima, sin saber qué predomina más.-

La sonrisa le estalló a ella en el pecho. Él con la misma calma, prosigue

- Es una mezcla sosegada, una emoción serena muy relajante que me llena el alma y también mi cuerpo. Me gusta ser tu amante… Dios, simplemente te amo.-

Miro a un lado y al otro, los pájaros revolotean entre los árboles. El otoño se ha hecho primavera.

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In memorian

Él era lo que en buen porteño se calificaba como “tanito castigador”: un engreído, que creyéndose hermoso se ufanaba de ganar a todas las mujeres y tener la última palabra en cualquier lid amorosa. Resumiendo: un fanfarrón.

Como buen tanito castigador se mostraba al mundo en un todo perfecto, de la camisa a los zapatos, del reloj a las llantas del auto, reluciente y sobrador mirando a los pobres mortales por sobre el hombro con una sonrisa socarrona.

Un Apolo debe bajar del Olimpo, un Apolo no tiene historia. Así pasaba con él, que soltaba de tanto en tanto alguna leyenda de grandeza, que nada aportaba sobre su pasado.

Lo conocimos como Damián. Nombre de moda, que pegaba bien con ese estilo suyo de ostentación irreverente.

Fueron pasando los años, él contando sus grandezas, todo el grupo soportándolo por cariño a María, su patética mujer, hasta que un día Liz nos presentó a una amiga suya y María la invitó a una fiesta en su casa.

Apenas entró al living, la recién llegada y Damián se quedaron petrificados, en un silencio que se cortaba con cuchillo, hasta que ella, con una sonrisa de oreja a oreja, soltó un:

- COSME!!! Y corrió a abrazarlo.

Pensamos que se había equivocado. Era Damián, no Cosme... Él primero empalideció, luego enrojeció, se achicó a la mínima expresión... Cosme, es, al fin y al cabo, entre nosotros, un nombre tan antiguo y deslucido, tan poco apropiado para sus elegancias de purpurina.

No se confundía, habían sido vecinos durante la infancia y la adolescencia. Amigos inseparables de aventuras, cazando ranas en los pantanos que formaba la lluvia en las calles de tierra. Damían mantenía los ojos desorbitados y un aspecto de apoplejía.

Ella, que lo conocia en todos sus resquicios, se pasó la noche contando anécdotas, llamándolo con el apelativo de toda al vida… antes de reinventarse.

-Cossimo… Cossimo… ¿seguís siendo un fanfa?- Le preguntó al terminar la reunión.

Esa noche, Damián se fue por el desagüe y por los años que duró su matrimonio con nuestra resignada amiga, nadie lo volvió a llamar con otro nombre que Cosme… que al fin de cuentas, era el del bautismo.

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Mañana de domingo



Vengo a abrir una flor inesperada
esta mañana insulsa,
de garúa discontinua,
de cielo en charcos,
aroma a pasto
y rumor a ciudad desvergonzada
aún en el revoltijo de sus sábanas.


Vengo a estirar mis miembros,
rotar el cuello,
pedir al santo unas líneas de sol,
las guías de un tranvía como arco de violín
tentando océanos,
adoquín con yuyos malandrines,
o el acento de tu mano por mi piel
sembrando melodías.


Hay nostalgias y esperanzas
en esta indolencia de domingo.

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Así

Imagen: (fragmento) Martín...



Como esa sopa de fideitos de letras,
que se comía, en la ñiñez, sin ganas,
formando con la cuchara palabras de liberación...

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Bitácoras de juventud


Bajar la caja de las bitácoras, me recordó, la otra semana, cuánto llevábamos sin vernos.
Así que pasé a visitarlo por el consultorio. Me senté frente a él, escritorio por medio y canturree
- Voce abuso, tiro partido de mi, abuso….
Se echó hacia atrás y riendo me preguntó que quería decirle
- Estuve releyendo mi diario, el del tiempo en que me sedujiste.
- ¿Yo a vos? ¿O vos a mí?
- Voce abusó… - insistí
- ¿Lo tenés?
Lo busqué en la cartera, se lo extendí. Lo miró por arriba y lo guardó en un cajón del escritorio.
- Cuando lo termine de leer te lo devuelvo.
Pensar que si entonces, él hubiera sospechado la existencia de ese diario, yo habría muerto de vergüenza…
Después nos quedamos charlando de cosas imposibles: su nieto, mi hijo, un articulito que publicó Flavio.
Una charla sin aspavientos con ese hombre, que fue por lejos, el más deseable de mi primera juventud.

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Molicie

Oleo: Monte Rovira Arias, copia de Matisse


Hoy quisiera saber por donde anda la luna
para acodarme en ella en buen romance.
Suave molicie, tibia manta
que sobreviene al deber bien cumplido.

Abro las palmas a los vientos fecundos,
enfoco los sentidos a las palabras sensatas
ofrendo mis moralejas, las horas amargas
y los licores sabrosos que aún no he catado.

Cierro los ojos atenta a la caricia,
al sabor de tu boca,
a la inesperada bienaventuranza
que me recuerda viva.

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Según pasan los años




No creas que se perdió
el perfume de los jazmines paraguayos,
ni el resplandor de las luces quietas.
No se acalló el último verso,
aún rezuma en mis oídos y late entre mis dedos.

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Deseos humildes


Oleo: Francine Van hove




Me prococa desayunar en la cama.
Sin apuro y con las mínimas cercanías.
Mirar como la lluvia satura el color del jardín y exige aromas.
Mis deseos, hoy, son humildes.

Hoy quiero



Quiero hoy
sentir tu despejada voz
caer gota a gota
sobre la ardida espera de mi piel.

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Nombres



Surgen de entre las letras de mi pequeño nombre
muchas ramas de otros nombres que también van conmigo.

Nombres con rostros, o de efigies.
Nombres que pronuncio a diario con claridad de primaveras.
Nombres amasados con los viejos ladrillos que me alzan y,
me abrigan en los inviernos.

Nombres secretos que susurro apenas y,
de los que no doy cuenta más que a mi memoria sensible.

Nombres que me anticiparon
y tejieron lo bueno y lo peor
que se encierra en las 3 letras que me muestran.

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Sed





Llevo la sed abochornada
por los caminos largos,
por las palabras como flores de miel
que morderé gustosa
en tu homenaje.

Llevo la piel ardiendo de jactancias,
dispuesta a echar las suertes;
y de la alforja sutil de los alientos
hurtar para vos las aguas de bautizo
que nos reinventen buenos.

Te doy mis manos,
mis esperas, mis secretos
de jade y tamarindo.

Y ese rumor de mar que me impacienta.
Ese rumor de mar que no me da sosiego.

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Carlota y la cocina


Carlota era conocida como la bella francesa. Y su lindura debió ser superlativa, porque aún se la recuerda con ese calificativo.

Entonces, algunos hacían hincapié en lo de francesa, masticando con aceptación lo innegable de su galanura.

Francesa, lo que se dice francesa, no era. Según la leyenda, su padre había sido uno de aquellos soldados que componían el ejército de los 100.000 hijos de San Luis, que vaya saber uno porqué, se radicó en España, y ya viejo, engendró a Carlota, que abrió los ojos a la vida en El Bierzo.

Ella, para marchar sus caminos, se valió de su figura y de su astucia, que también la tenía a mares.


Por eso, partiendo de la nada, ahora en Lugo, metió en la hucha de su ambición tierras y maridos. Y cuando ya el cuerpo no le daba, movió sus reyes con certidumbre, obligando a sus hijas a casamientos patrimoniales.

La vida le cobró todas las lágrimas y penurias de aquellas niñas que intercambió.


Sus cuatro hijos varones vinieron a América. A los cuatro los sorprendió la guerra en Cuba.

Sentada a la lumbre con lo que le quedaba de familia, en las noches profundas, en la casa de piedra, el aullido del lobo encrespaba a todos. Pero ella oía mejor. Destejía el lamento en nuevas. Por eso en cuatro ocasiones, se levantó llevándose las manos al pecho, pálida como la luna, muda como pedernal, sabiendo que tenía un hijo menos.

No necesitaba del telegrama que puntualmente llegaba con sus lutos.

Decían en esa cocina, tantísimos años después, que la muerte que siempre nos ronda, habla para quien la sabe oír.

Carlota sabía. Y de todos los dones que le había tocado en suerte, este encerraba el huevo de la serpiente.

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Esa mujer duerme




¡ Ay! Si la primavera
consintiera en visitarme.
Si mi corazón fuera rayo y,
mis piernas cuarzos pálidos,
confiables.


¡Ay! Si la soledad
doliera menos
y la piel manchada
de pecado,
lo ansiara y provocara.



Nada tensa mis nervios
ni riza mi boca al deseo.
Mansa, relicario, misal,
esta mujer duerme
un sueño blanco e importuno.


Cae la última gota de rocío
entre mis pechos sosegados,
sobre mis labios pálidos,
en mis muñecas finas,
por el vientre blando
que, ayer, enamorado,
abría banderas
y entonaba himnos.

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Buzón



Era rojo en ese entonces
como el rubor, como la ira.
Guardaba aleteos de deseo
y languidez de desencantos.

Era rojo en ese entonces
como la pasión, como el infierno.
Como debía ser la espera y el anhelo
de las novias veladas, de las viudad pretéritas.

Era un tierno galeón con tesoros secretos,
navegando en la quietud de un tiempo diferente
con honduras de paciencia
y requiebros de sobres
con terciopelo azul por dentro.


© Ana di Cesare

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viernes, septiembre 14, 2012

No es destino de pez


Noche, se te cayó la luna
aguas adentro
y el borde de su cántaro
me rozó
con augurios de hielo.

Pero como yo la esperaba,
la venía esperando,
me enamoró artera
antes de quebrarse.

Mis lágrimas de acibar
abrieron ojos en los mares
mientras ella me tentaba
con serpientes de diamante.

Seguí un hilo de luz…
ondulé por las corrientes
resistiendo el encanto
de las sugestivas algas.
Desoí al cardumen,
traspasé las vedas,
no es destino de pez
maridarse con la luna.
¡Ay!… yo quería alcanzarla
le dispuse mis espejos
para que gozara su belleza
sobre mi cuerpo inquieto.

Nada bastó.
La hebra naufragada
no quería mi amor
aunque yo la esperaba,
la venía esperando
en mi mar de semejanzas.

Que importa ahora
Noche
que hagas llover estrellas
aguas adentro,
si mis ojos,
mis velados ojos
por un rayo de luna
se han quedado quietos.


© Ana di Cesare. De Ocres de Otoño, fuegos que no se apagan

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Escultura: Rosolena Maresca


Bocas hubo que me dejaron en llamas,
me masticaron como a un fruto fresco,
me marcaron con huellas moradas,
me dieron frescura y vergüenzas.
También bocas suaves,
alas de picaflor que no deseaban detenerse.
Unas que dejaron sed, otras que hastiaron.

La mía fue copa diferente para cada peregrino.
No me arrepiento de los besos
que marcaron mi camino;
será igual,
cuando llegue a la frontera.



© Ana di Cesare. De "Fuegos que no se apagan"

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Él decía

Oleo: Felix Vallotton


Decía que era agua bautismal.
Por eso todas las noches me bañaba perfilando un rito en mis entradas y salientes. Restregaba mi piel hasta dejarla roja y ardiente. En ese punto se mostraba complacido, declaraba que había sido liberada del pecado. Pecado que yo sabía no había cometido, ni tenía entidad.

Pero lo dejaba hacer y en su fe, fingiéndole que cada noche era una mujer nueva, renacida de sus manos de alfarero.



© Ana di Cesare. De "Sobre lo Perdido y reencontrado"

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Gozos


Una copa de vino, una manzana,
el réquiem de Mozart chocando en las paredes...
la gloria.
Una hora mía, en silencio, sin amontonar las palabras nutricias.
¡Fuera obligaciones!
La bendita noche,
en mi impiedad solo falta la transverberación de Teresa…



© Ana di Cesare

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Péndulo



No me pidas que me quede... pero no dejes que me vaya.
No demandes mi mirada... pero no me prives de vos.
Quiero sentirte en mi cuerpo sin que me toques.
Quiero oirte en mi oído sin que te acerques.
Quiero desanudarme en vos,
con un cristal tan frío como el miedo al desamor, que nos separe
protegiendonos hoy, de este no saber que deseo.
¿O será que vos sí sabés para enseñarme?



© Ana di Cesare.

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Plomo de cielo,
escarcha de tormenta.
Mis huesos y mi piel
tronco de cristales.

El tiempo se arracimó
en malas uvas.
Del rosario una perla,
las otras lágrimas.

Cuerdas de seda,
mazapán de amarras
tiranías lapislázuli,
océanos
y, besos castrados
por avaras bocas.

Del rosario una perla
del resto goteando
el vino agrio.



© Ana di Cesare. De "Fuegos que no se apagan"

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Estrellita



Estrellita no vienes,
cayo la luna
detrás de la tormenta.
Cortinitas de bruma,
velos de novia atingua
te intimidan.



© Ana di Cesare. De "Fuegos que no se apagan"

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La última caricia

Se perdió tu caricia entre tu mano y mi mejilla.
Cayó, rodó por el viejo maderamen,
se llenó de astillas,
no queríamos ser cáliz para el sacrificio.

Habría sido la última caricia para tu piel, de la mía.
No la recogí, dejé que rodara y se perdiera,
éramos, ya, ofrenda del destierro.



© Ana di Cesare. De "Fuegos que no se apagan"

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Piedra




Se me abrió un crater de roca entre los pechos,
por donde me he vaciado
de todos los ríos y los mares.
Pero la piedra, que aún quiere ser carne
arde y duele humanizándome.



© Ana di Cesare. De "Fuegos que no se apagan"

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FAVELA

Recuerdo bien la favela.
Cruz inoportuna

encarnada detrás de la lagoa.
Invisible cicatriz del morro,
que mirábamos sin ver
entre emanaciones de fado e imposibles de vino verde.
Aún así llegaba con libertades de goce,
humus de axilas,
olor venéreo,
a nuestras pretendidas ingenuidades

que no acertaban a reprimir ojos ni dedos.
Por eso titilaban partículas de oro
en los atardeceres,

sobre las pantorrillas, los muslos

y los bíceps
de los descastados.

Vi peces articularse
en los charcos rociados
por los baldes vacíos

de la desesperanza.
Vi los ladrillos heridos

en las paredes abiertas

como bocas deseantes

y, he visto a la tormenta echar cuesta abajo el panorama,

para amasar un barro de células,

hojalata y espanto.

Vi secuestrar y curar

a ritmo de feijoada.

Como siempre,
este embudo americano,

exuberante y

dramático,

mágico y

sencillo,

como un puñal ardiente

sobre las pobres mariposas

de la tierra.



© Ana di Cesare

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Si de tanta página echada entre las suertes:

principio o fin de la rayuela,

si como un Tantalon, arco o playa mansa,

como piedra de suertes en trueque anticipado,

como finas hebras de un tapiz del oriente alzando vuelo

pudiera conocer, un genio inquieto,

el agosto azucarado

de la semilla sutil que dio a la tierra.

La próspera cosecha de metáforas

del fiel custodio de sus eras.


Miel de azahares, caería por sus dedos.

Y aguas sin mar, darían bautismo a lo callado.



© Ana di Cesare

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